domingo, 22 de junio de 2014

La pantalla y la lata de sardinas

El 13 de junio pasado tuvo lugar la última reunión del Curso 2013-2014 del Grupo de Investigación “¿Clínica o evaluación?”. Otro año de trabajo intenso, interesante y participativo. La “realidad en pantalla” nos permitió transitar diversos caminos. Escritores, cineastas, pensadores, filósofos….Nos hemos servido de sus productos, y de sus ideas para abordar la realidad, siempre orientados por la lectura de Freud y Lacan. Pero esto recién comienza y queda mucho trabajo por hacer, así que decidimos continuar con ello después de las vacaciones.
Pensamos que una buena manera de despedir el Curso y antes de brindar por el trabajo realizado, era leer a Lacan. Elegimos una anécdota personal que nos ha contado en su Seminario (1). En una clase de marzo de 1964, utiliza una experiencia vivida para situar, precisamente, la pantalla.

Para compartirlo también con todos nuestros lectores, transcribimos el fragmento completo.

¡Buen verano, buenas vacaciones y hasta septiembre!



“Para que se den cuenta de la pregunta que suscita la relación del sujeto con la luz, para mostrarles que su lugar es distinto del lugar de punto geometral que define la óptica geométrica, les voy a contar ahora un pequeño apólogo.
Es una historia verídica. Tenía yo entonces unos veinte años –época en la cual, joven intelectual, no tenía otra inquietud, por supuesto, que la de salir fuera, la de sumergirme en alguna práctica directa, rural, cazadora, marina incluso. Un día, estaba en un pequeño barco con unas pocas personas que eran miembros de una familia de pescadores, de un pequeño puerto. En aquel momento, nuestra Bretaña aún no había alcanzado la etapa de la gran industria, ni del barco pesquero, y el pescador pescaba en su cáscara de nuez, por su cuenta y riesgos.  A mí me gustaba compartirlos, aunque no todo era riesgo, había también días de buen tiempo.  Así que un día, cuando esperábamos el momento de retirar las redes, el tal Petit-Jean, como lo llamaremos  -al igual que toda su familia, desapareció muy pronto por culpa de la tuberculosis, que era verdaderamente la enfermedad ambiental en la cual toda esa capa social se desplazaba- me enseñó algo que estaba flotando en la superficie de las olas. Se trataba de una pequeña lata, más precisamente, de una lata de sardinas. Flotaba bajo el sol, testimonio de la industria de conservas que, por lo demás, nos tocaba abastecer. Resplandecía bajo el sol. Y Petit-Jean me dice -¿Ves esa lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te ve!
El pequeño episodio le parecía muy gracioso, a mí, no tanto. Quise saber por qué a mí no me parecía tan gracioso. Es sumamente instructivo.
En primer lugar, si algún sentido tiene que Petit-Jean me diga que la lata no me ve se debe a que, en cierto sentido, pese a todo, ella me mira. Me mira a nivel del punto luminoso, donde está todo lo que me mira, y esto no es una metáfora.
El alcance de este breve cuento, tal como acababa de surgir del ingenio de mi compañero, el hecho de que le pareciera tan gracioso, y a mí no tanto, se debe a que contaban un cuento como ése porque, al fin y al cabo, en ese momento –tal como me pinté, con esa gente que se ganaba el pan a costa de su esfuerzo, enfrentándose a lo que era para ellos dura naturaleza –  yo constituía un cuadro vivo bastante inenarrable. Para decirlo todo, yo era una mancha en el cuadro. Y porque me daba cuenta de ello, el que me interpelasen así, en esa cómica e irónica historia, no me hacía mucha gracia.
Estoy tomando la estructura a nivel del sujeto, pero ésta refleja algo que se encuentra ya en la relación natural que el ojo inscribe en lo que respecta a la luz. No soy simplemente ese ser punctiforme que determina su ubicación en el punto geometral desde donde se capta la perspectiva. En el fondo de mi ojo, sin duda, se pinta el cuadro. El cuadro, es cierto, está en mi ojo. Pero yo estoy en el cuadro.
Lo que es luz me mira y, gracias a esta luz, en el fondo de mi ojo algo se pinta – que no es simplemente la relación construida, el objeto sobre el cual el filósofo se demora- sino impresión, chorro que mana de una superficie que no está para mí, de antemano, situada en su distancia. Esto hace intervenir lo que está elidido en la relación geometral – la profundidad de  campo, con todo lo que presenta de ambiguo, de variable, de no dominado por mí en absoluto. Ella es más bien la que se apodera  de mí, la que me solicita a cada instante, y hace del paisaje algo diferente de una perspectiva, algo diferente de lo que llamé el cuadro.
El correlato del cuadro, que ha de ser situado en el mismo lugar que él, o sea afuera, es el punto de  mirada. Lo que media entre ambos, lo que está entre los dos, es por su parte de otra índole que el espacio geometral, es algo que desempeña un papel exactamente inverso, que opera no por ser atravesable, sino al contrario por ser opaco – la pantalla.
En lo que se me presenta como espacio de la luz, la mirada siempre es algún juego de luz y de opacidad. Siempre es esa reverberación que hace un rato era el punto central de mi cuento, siempre es lo que, en cada punto, me cautiva porque es pantalla, porque hace aparecer la luz como iridiscencia que la rebosa. El punto de mirada siempre participa de la ambigüedad de la joya.
Por mi parte, sólo soy algo en el cuadro, yo también, cuando soy esa forma de la pantalla que hace un rato llamé la mancha.”

(1)  Lacan, J. El Seminario 11, “Los cuatro conceptos fundamentales  del psicoanálisis”, Ed. Paidós, p.102-104






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