lunes, 19 de marzo de 2012

El control de calidad en el discurso universitario: problemas e interrogantes

 Anna Pagés

A partir de la década de los años 90, especialmente desde la Declaración de Bolonia (1999), se produce en el sistema universitario español un cambio a dos niveles:
1. La implantación de un sistema de acreditación externa del profesorado por parte de las Agencias de Calidad gestionadas desde la Administración pública (central y autonómica);
2. La aplicación de un nuevo paradigma de enseñanza-aprendizaje centrado en la actividad del alumno y la lógica de las competencias (unidades operativas de conducta en el proceso de aprendizaje).
Ambos fenómenos conllevan: a) una progresiva desinstitucionalización de la universidad (pérdida de legitimidad social y de poder a favor de la administración); b) una orientación global hacia el control de calidad: los procesos de enseñanza-aprendizaje equivalen a una cadena de producción; el resultado final de la actividad académica (docente e investigadora) equivale a un producto acabado susceptible de ser medido o calculado. El aprendizaje del alumno se evalúa a partir de ámbitos competenciales (cognitivo, metodológico, social, individual); el trabajo de los docentes deja de ser individual y relativo al saber de cada uno para convertirse en un proceso conjunto de participación en el diseño de materias compartidas; el saber del docente se desplaza hacia su competencia didáctica y su “saber hacer” en la gestión de los contenidos y metodología de aprendizaje.

La situación actual es paradójica: mientras, por un lado, la transmisión del saber en la universidad (históricamente problemática) queda, en esta ocasión, enmascarada por la gestión de los procesos de calidad y la evaluación por competencias; por otro lado, los jóvenes universitarios actuales manifiestan una ingenuidad y una docilidad sorprendentes, desconocidas en los estudiantes universitarios de hace una década. Sin movilización, sin rebelión, pero con “problemas de conducta”. Por ejemplo, cada vez más nos enfrentamos a problemas de disciplina en las aulas. Pero también de desamparo subjetivo ante un futuro de formación que pasa obligatoria y masivamente por la universidad, vacío de sentido o de deseo de saber.

La crítica al totalitarismo de estas nuevas modalidades de control no es suficiente: debemos preguntarnos cómo proponer a estos jóvenes universitarios, acogidos en la universidad, como una especie de refugio de la cruda intemperie social exterior, un modo de relación con el saber que haga posible una nueva forma de transmisión. He aquí el problema fundamental, que retorna repetidamente como síntoma, en el contexto del control disciplinario y de la “garantía de calidad”.

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