Pensamos que una buena manera de despedir el Curso y antes de brindar por el trabajo realizado, era leer a Lacan. Elegimos una anécdota personal que nos ha contado en su Seminario (1). En una clase de marzo de 1964, utiliza una experiencia vivida para situar, precisamente, la pantalla.
Para compartirlo también con todos nuestros lectores, transcribimos el fragmento completo.
¡Buen verano, buenas vacaciones y hasta septiembre!
“Para
que se den cuenta de la pregunta que suscita la relación del sujeto con la luz,
para mostrarles que su lugar es distinto del lugar de punto geometral que
define la óptica geométrica, les voy a contar ahora un pequeño apólogo.
Es una
historia verídica. Tenía yo entonces unos veinte años –época en la cual, joven
intelectual, no tenía otra inquietud, por supuesto, que la de salir fuera, la
de sumergirme en alguna práctica directa, rural, cazadora, marina incluso. Un
día, estaba en un pequeño barco con unas pocas personas que eran miembros de una
familia de pescadores, de un pequeño puerto. En aquel momento, nuestra Bretaña
aún no había alcanzado la etapa de la gran industria, ni del barco pesquero, y
el pescador pescaba en su cáscara de nuez, por su cuenta y riesgos. A mí me gustaba compartirlos, aunque no todo
era riesgo, había también días de buen tiempo.
Así que un día, cuando esperábamos el momento de retirar las redes, el
tal Petit-Jean, como lo llamaremos -al
igual que toda su familia, desapareció muy pronto por culpa de la tuberculosis,
que era verdaderamente la enfermedad ambiental en la cual toda esa capa social
se desplazaba- me enseñó algo que estaba flotando en la superficie de las olas.
Se trataba de una pequeña lata, más precisamente, de una lata de sardinas.
Flotaba bajo el sol, testimonio de la industria de conservas que, por lo demás,
nos tocaba abastecer. Resplandecía bajo el sol. Y Petit-Jean me dice -¿Ves esa lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no
te ve!
El
pequeño episodio le parecía muy gracioso, a mí, no tanto. Quise saber por qué a
mí no me parecía tan gracioso. Es sumamente instructivo.
En
primer lugar, si algún sentido tiene que Petit-Jean me diga que la lata no me
ve se debe a que, en cierto sentido, pese a todo, ella me mira. Me mira a nivel
del punto luminoso, donde está todo lo que me mira, y esto no es una metáfora.
El
alcance de este breve cuento, tal como acababa de surgir del ingenio de mi
compañero, el hecho de que le pareciera tan gracioso, y a mí no tanto, se debe
a que contaban un cuento como ése porque, al fin y al cabo, en ese momento –tal
como me pinté, con esa gente que se ganaba el pan a costa de su esfuerzo,
enfrentándose a lo que era para ellos dura naturaleza – yo constituía un cuadro vivo bastante
inenarrable. Para decirlo todo, yo era una mancha en el cuadro. Y porque me daba
cuenta de ello, el que me interpelasen así, en esa cómica e irónica historia,
no me hacía mucha gracia.
Estoy
tomando la estructura a nivel del sujeto, pero ésta refleja algo que se
encuentra ya en la relación natural que el ojo inscribe en lo que respecta a la
luz. No soy simplemente ese ser punctiforme que determina su ubicación en el
punto geometral desde donde se capta la perspectiva. En el fondo de mi ojo, sin
duda, se pinta el cuadro. El cuadro, es cierto, está en mi ojo. Pero yo estoy
en el cuadro.
Lo que
es luz me mira y, gracias a esta luz, en el fondo de mi ojo algo se pinta – que
no es simplemente la relación construida, el objeto sobre el cual el filósofo
se demora- sino impresión, chorro que mana de una superficie que no está para
mí, de antemano, situada en su distancia. Esto hace intervenir lo que está
elidido en la relación geometral – la profundidad de campo, con todo lo que presenta de ambiguo,
de variable, de no dominado por mí en absoluto. Ella es más bien la que se
apodera de mí, la que me solicita a cada
instante, y hace del paisaje algo diferente de una perspectiva, algo diferente
de lo que llamé el cuadro.
El
correlato del cuadro, que ha de ser situado en el mismo lugar que él, o sea
afuera, es el punto de mirada. Lo que media
entre ambos, lo que está entre los dos, es por su parte de otra índole que el
espacio geometral, es algo que desempeña un papel exactamente inverso, que
opera no por ser atravesable, sino al contrario por ser opaco – la pantalla.
En lo
que se me presenta como espacio de la luz, la mirada siempre es algún juego de
luz y de opacidad. Siempre es esa reverberación que hace un rato era el punto
central de mi cuento, siempre es lo que, en cada punto, me cautiva porque es
pantalla, porque hace aparecer la luz como iridiscencia que la rebosa. El punto
de mirada siempre participa de la ambigüedad de la joya.
Por mi
parte, sólo soy algo en el cuadro, yo también, cuando soy esa forma de la
pantalla que hace un rato llamé la mancha.”
(1)
Lacan, J. El
Seminario 11, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Ed. Paidós, p.102-104
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