Se habla de la familia aunque a menudo no se
entiende lo que se dice. ¿Cómo entender, si también eso habla?
La cuestión del malentendido ha sido postulada
por Jacques Lacan para referirse al
lenguaje. En tanto el ser hablante, habla y es hablado, está constituido por
una trama de malentendidos. Hay lo que se quiere decir, lo que efectivamente se
dice y lo que se escucha. El malentendido es un atributo del lenguaje que da
cuenta de que hay inconsciente.
No existe una instancia superior que garantice
el sentido, un supra-código que explique lo dicho, que signifique lo que las
palabras enuncian; esta es la base del malentendido. Lacan decía “todos
monologan” y en efecto, eso hacemos. Hay mensajes cifrados que están insertos
en lo que se dice. En esta línea, lo que sucede en la familia es del orden del
malentendido, muy eficaz
por cierto. Eso
que no es dicho pero existe, funciona de todos modos. Actúa en el decir de modo
silencioso, pero eficaz, haciendo presente otro texto que se escucha en lo que
se dice.
La familia como organización destinada a
sostener la existencia humana cambia. Desde finales del siglo XX se habla de “transformaciones
familiares”; “nuevas formas de familia”; “cambios en la estructura familiar”;
“tipos de familia”. En nuestra civilización, los velos que hace tiempo impedían
ver lo que ocurría verdaderamente, hoy son demasiado finos. Aquello que antes en
la familia debía estar a resguardo, hoy se trasluce y se deja ver.
El
hecho de la existencia de un nuevo ser, ya sea natural o
tecno-científicamente logrado, es causado por un deseo, de hijo, que no es igual para todos. Mujeres
solas que acceden a la maternidad; parejas homosexuales que deciden ser padres;
transexuales que siendo ahora hombres engendran niños a partir de conservar sus
órganos femeninos, etc. El lugar de la
causa adquiere todo su valor en la clínica cuando alguien se interroga sobre
sus orígenes a causa de un sufrimiento subjetivo del que no logra deshacerse. No
está preguntándose por su biografía, sino
por lo que ha causado su existencia.
La familia tradicional velaba la
particularidad puesto que inscribía su acto en el destino mismo de su creación.
Casarse y reproducirse era el imperativo con el que la religión regía la vida de sus fieles, lo que luego se
transformó en la misión del estado. Fueron las fracturas, desórdenes y
fracasos, los que dejaron entrever que se trataba de otra cosa. En la
constitución de una familia están en juego diversos factores que se convierten
en enigma cuando algo de esa construcción fracasa. Desde el desconocimiento que
provoca la presencia del otro cuando la relación entra en conflicto; o el agobio
que sienten algunos padres ante el esfuerzo que les supone la crianza; hasta
las intrincadas cuestiones de filiación que para cada sujeto se plantean. La
familia está soportada en una ficción, en una narración que se cuentan sus
integrantes y que intenta dar sentido a su existencia.
Las ficciones familiares - novelas hubo de
decir Freud - son narraciones, a las que podemos llamar orales. Se transmiten a
través de la palabra, sin embargo, no es el texto explícito. Se transmiten a
través de los actos, sin embargo, no se trata de las acciones. Se transmiten a
través del afecto, sin embargo, muchas veces contrarían lo evidente.
La familia es un malentendido, un malentendido
particular, en todas las épocas. No conviene encandilarse con la
sofisticación de las nuevas ficciones familiares ya que a la hora de entender
lo que no funciona, siempre podrá guiarnos la vía a través de la cual se
constituyó el malentendido que le dio origen. Claro que esto sólo puede hacerse
caso por caso ya que no existe la posibilidad de dar una única respuesta.
El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, ha evocado a Manuel Azaña para decir que la libertad no hace felices a los hombres, pero sí es lo que los hace hombres, y ha asegurado que vale en este caso para señalar que la libertad de la maternidad es la que hace a las mujeres "auténticamente mujeres". Madrid EFE. Faro de Vigo/ El periódico de Aragón. Europa Press.
ResponderEliminarEl señor Ministro de Justicia gallardea de saber de la autenticidad de los unos y de las otras, sin asomo de duda. Eso nos tranquiliza. Aunque en estos tiempos vamos sobrados de certezas parece que aún nos calma que quien representa la instancia máxima de la Justicia sepa de lo que corresponde a cada cual: a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. De la mujer del César se dice que no le ha de bastar con serlo sino que lo ha de parecer, lo que sea ¡ Ah! ¿cosa de semblante, entonces? Bueno, sí, pero eso solo para la del César; la de Gallardón ( no hablamos de su santa ) sabe que es mujer porque dispone de la libertad de la maternidad; esto me avisa de que he de hablar con Thomas Beatie para decirle que nuestro ministro acaba de imponerle la mujereidad.
Y del César al Emperador. Nuestro ministro disiente de Napoleón “las mujeres no son otra cosa que máquinas de producir hijos”: mientras Gallardón sitúa a las mujeres en el lugar de la verdad, lugar desde donde habla el ministro, el emperador las colocaba en el lugar de la producción, del resultado final. Ya ven cómo nos las da el ministro, en aras de la universalidad. Vamos bien. Y ahora me viene a la memoria una casi contemporánea del Emperador, Georges Sand, con ese nombre tan masculino, y su decisión de complicar la resuelta máxima del corso afirmando que “La mujer no existe. Solo hay mujeres cuyos tipos varían al infinito”. Años más tarde Lacan hará un desarrollo lógico de esa inexistencia de un significante que la represente en el inconsciente, no a Georges Sand, a la mujer. Esto se pone complicado; a ver, en esta inexistencia ¿quien produce hijos?, porque hijos hay; claro que si en lugar de pensarlo como producción lo vinculamos al deseo, quizá da lo mismo que la maternidad se produzca, valga el término, en un bio-hombre o en una bio-mujer… y no añado tecno- bio-mujer, porque ya vamos sabiendo que esto no hay manera de completarlo.
Podemos hablar de la particularidad del deseo de ser madre, de lo más propio del desear un hijo, pero hay que entender que esa propiedad, la que da lugar al deseo, no es sino lo faltante, que por eso es deseo, porque falta, y que lo faltante radica en lo más propio del ser hablante, que es el lenguaje, el lenguaje como órgano si quieren, nada que ver con lo vaginal ni lo peneano, propio de lo anatómico, no de lalengua. ¡ Cómo trabaja este hombre cuando habla justicia social !
Montserrat Rodríguez Garzo