Se
habla mucho de ellos, se legisla para ellos, se los evalúa, se los medicaliza …
pero raramente se formula esta pregunta. Mucho menos se da una respuesta.
¿Cómo
entender las políticas dirigidas a los niños si no se dice qué entienden por
niño? Es cierto que en cada práctica es posible, hurgando en sus postulados,
encontrar la hipótesis aplicada.
Freud
descubrió en el comienzo la importancia de esta cuestión y mantuvo su
investigación a los largo de su trabajo. Supo desde el inicio que para responder a la pregunta “¿qué es un niño?” era preciso implicar el
deseo que le hubo de dar la existencia en la respuesta. Su expresión “His majesty the baby” en referencia a la
posición del niño respecto del deseo de sus padres, exhibe de manera
contundente esta idea, a la que sin duda, en estos tiempos hay que matizar.
Ha transcurrido
más de un siglo desde aquellas teorizaciones y por lo tanto, cabe preguntar si
podríamos definir la posición del niño de hoy de la misma manera que Freud lo
ha hecho. Nuestra actualidad, en exceso científica, convierte en oscura esta
referencia.
Los
cambios en la paternidad-maternidad, la multiplicación de los objetos de satisfacción,
la transformación de los ideales, el privilegio del objeto por sobre toda otra
cosa, junto con el imperio de la tecno-ciencia; suponen diferencias en la relación que el sujeto establece con el Otro.
Por lo tanto, es necesario hacer una revisión de nuestros puntos de partida
para actualizar las consecuencias.
Siguiendo
a Freud y a Lacan, decíamos que un deseo es la causa. Un deseo que es muy
tempranamente interpretado; luego, ese deseo se encarna en un cuerpo. No se
trata de cronología, sino de subjetividades. El niño llega al mundo como un cuerpo
viviente, pequeño, siempre deseado, las más de las veces, amado. Con ese retoño
de su cuerpo, la mujer ve aparecer en lo real mismo de su vida la consecuencia
de un deseo. Del niño se habla, se hacen imágenes, se le da un nombre y una
filiación. Un niño es interpretado, interpretable y a la vez es intérprete.
El
primer grito, es la primera señal de que algo falta y que algo necesita, es
demanda. El grito del niño demanda una respuesta al Otro, momento que inaugura
la puesta en juego de la subjetividad.
En
las conocidas notas que Lacan le escribe
a Jenny Aubry en 1969, como respuesta a
una pregunta suya. Lacan nos enseña allí que el niño es una interpretación
encarnada, es decir, eso que ni la madre ni el padre saben de su propio
inconsciente y de su unión. “Esos verdaderos niños”, dice Lacan en otro
momento, en referencia a los padres, que
pretenden enmascarar el misterio de su unión, o de su desunión.
La
frase de Lacan aunque parece simple, encierra referencias complejas que invitan
a investigar. Situar al niño en relación con la pareja de los padres, implica
decir qué hay de lo femenino y de lo masculino jugado en esa cuestión. Es decir
que un niño está en relación con la, no por común menos compleja, relación entre los sexos. Lo
que recuerda que el sujeto del inconsciente, la vida psíquica de la que habla
Freud, se funda en la sexualidad.
No
podemos omitir recordar en este punto que la ciencia con su “taladro estrella”: las
neurociencias, ha borrado la cuestión psicosexual freudiana para implantar sus
neuronas y genes plenos de estímulos y satisfacciones, como origen y causa.
Esta
consideración que no pretende ser denuncia sino reflexión, permite formular una pregunta que tiene como
referencia al famoso Hans, un niño que con su fobia a los caballos dio lugar al
caso que Freud escribió sobre niños. El tratamiento de la fobia tuvo lugar a
través del padre de Hans, hombre del entorno de Freud. ¿Sería posible en la
actualidad, que un padre sostenga una conversación con su hijo como la que
mantuvieron el pequeño Hans y su padre?
Creemos que no. El obstáculo no sería aquella moral victoriana que funcionaba
como interdictora, sino la ciencia que ha hecho a un lado la cuestión sexual como fundamento del
sujeto.
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