sábado, 30 de junio de 2012

¿Porqué hay síntomas?

                                                                                                                  Shula Eldar

 Esto que parece una pregunta sencilla, ¿lo es verdaderamente?

En realidad lo que subyace a ella es un problema. También una preocupación  por  el desprecio  hacia la naturaleza del síntoma que deriva en desentenderse de su estructura y de sus causas centrándose, en cambio, en la descripción de los fenómenos y su clasificación.

Demás está decir que la concepción que tenemos del síntoma es determinante de los términos en que se plantea un diagnóstico así como en la elección del tratamiento.

El resultado, bastante inquietante, de esta deriva contemporánea es que el sujeto va quedando fuera; se lo reduce, hasta se lo abole. Adultos y niños se encuentran hoy en día ante una cacofonía de términos que aplastan el mensaje del síntoma, ensombreciéndolo bajo una frondosa nomenclatura que sepulta su letra original. 


 Comprometerse en una práctica, sea cual sea el ámbito en el cual ésta se desarrolla, implica actuar; es decir, hacer acto de una responsabilidad.
Actuar ante lo que se presenta: sea esto previsible o imprevisible.
El síntoma es del orden de lo imprevisible, de lo que irrumpe, es algo vivo.

Me refiero al síntoma tal como lo puso de relieve Freud, ese que brota “como la mala hierba”, que insiste y que se resiste a la contabilidad.
Freud extrajo su estructura de los dichos de sus pacientes pero no olvidó que desentrañar su estructura no implicaba desconocer su significación singular.

Esta dimensión singular del síntoma es, precisamente, aquella de la que nuestras “sociedades enfermas de gestión” tienden a prescindir. Es más la echan fuera, la forcluyen y así “… aplicando consideraciones contables a las consideraciones humanas…criterios de rentabilidad y de performance….las sociedades pierden también su sentido”. 1 Y la desilusión se extiende. Es lo que escuchamos de boca de los practicantes que nos hacen partícipes de sus tribulaciones.

¿Porqué hay síntomas, entonces?
Porque el sujeto no es una unidad armoniosa, su estructura es escindida.
Por una parte es sujeto de una constelación de eventos que encuadran un lugar para él y le permiten constituir una imagen de sí mismo, para él mismo pero en relación con los otros y ligada a los otros. Así una serie de elementos cobran sentido, configuran una trama que orienta el flujo del destino y el discurso que cada uno sostiene sobre su vida: respecto a lo que elige, a lo que le gusta o le disgusta, a sus preferencias sexuales, etc. .
Pero no todo puede quedar articulado, a causa de esa escisión. Hay elementos no relativos, absolutos, que se repiten, que  están por fuera del sentido. Esa es la cara más pura del síntoma, lo más vivo. En la ecuación del sujeto el síntoma es la x que no vale para todos, solo vale para uno solo, es fuera de lo común y se aleja de la comparación.

¿Se puede medir esta x, aplicarle a la libido, - que es el nombre que dio Freud a la fuerza que impulsa la vida -, doblegar esa sustancia a la cuantificación?

Freud no lo pensaba así. Cuando un psicólogo americano le propuso medir la libido, crear una unidad de valor y llamarla “Un Freud”, él le respondió: “No entiendo suficientemente de física para hacer un juicio fiable en la materia. Pero si me permite pedirle un favor no llame a su unidad con mi nombre.” Agregó además: “Espero poder morirme con una libido sin medir”. ¡Incomparable respuesta! 2

Precisamente los síntomas se presentan exactamente así, como una x, que escapa a la medida, como algo que se mete como un palo en la rueda de la vida y la traba. Entonces el sujeto se siente extraviado  porque las claves con las que habitualmente pone su  programa en funcionamiento ya no le sirven. Tendrá que rever sus soluciones previas y encontrar algunas nuevas.  

Lacan decía que hay síntomas porque tenemos con nuestro cuerpo una relación perturbada.No hay código inscrito de antemano que nos dé un saber sobre cómo vivir. La realidad de la brecha freudiana hace barrera al saber, dice Lacan. 3
Hay acontecimientos que suceden y que precisamente dejan sin saber cómo responder. La ideología de la evaluación cree en el mito de un hombre cognitivo y comportalmente normal. Por eso rechaza el síntoma y lo trata como una desviación o un déficit.
No le cree. Pero al síntoma hay que creerle, no protegerse de él y al sujeto que viene y nos los confía hay que dejarlo ser, sin juzgar, dejarlo abordar lo que ignora. 4
Ilustraremos brevemente cómo se desvela lo que hace síntoma en el caso de una niña de ocho años. El malestar se presenta en el lenguaje del cuerpo: una serie de dolores que se desplazan de un lugar a otro. Este “monto de libido errante”, llamémoslo así, hace signo de algo y se le presta atención.   

La madre estaba considerando, por esa época, la separación. El padre pasivamente esperaba la decisión. En este contexto la madre veía con cierta preocupación lo que entendía como un apego excesivo, por parte de la niña, hacia ella que se pueden resumir en querer asegurarse de la presencia del cuerpo materno para poder conciliar el sueño.

Se había articulado ya una interpretación de la causa de esos síntomas. Los dolores corporales se abrochaban con la separación de la pareja y con un elemento “regresivo” como efecto: el apego.  
Confirmar  esta hipótesis habría contribuido a defenderse del saber inconsciente, a obstruirlo incluso. Una hipótesis aplicada al sujeto desde lo general, lo que puede servir para todos, para cualquiera,- del tipo: “todos los niños cuyos padres se separan viven esto de forma traumática. Ergo: hay que reparar el trauma”-, puede tener efectos, eso sí efectos  sugestivos que profundizarán la ignorancia.

La pregunta analítica es, entonces: ¿Qué le sucedía a esa niña que se presentaba apática, hablaba poco y se dejaba caer sobre el sillón con cara triste? ¿Qué la había conmovido? ¿A qué respondía su síntoma?

En todo caso si la separación la afectaba ¿cuál es la realidad que la golpea a ella, solo a ella? Hay que esperar aquellos detalles que nos den las coordenadas del lugar en el cual se sitúa el problema y que ayuden a entrever lo que interroga y conmueve al propio sujeto. Porque lo que se juega es: ¿cómo responder honestamente a la demanda, sin hacer de oráculo ni doblegar la práctica al primado de la técnica y a las mentiras de su enseñanza?, como señaló tan precisamente Lacan.

Un día me explicó el caso de una niña, de padres separados, cuya madre no podía cuidarla a causa de una enfermedad, sin remedio, que la incapacita. La niña, por eso, tuvo que ir a vivir con su padre en otra ciudad.
Sin abundar en detalles señalaré que ese momento es una puerta sobre el problema que abría para ella la separación de los padres. No era que el cuadro familiar se desmontara lo que la inquietaba. Al contrario, no tener que ser testigo de la inercia del padre, siempre ausente en realidad, -un hombre sin deseo -, la aliviaba. Pero ¿qué pasaría si la madre no pudiera ya sostener el deseo? ¿Qué pasaría si fuera su propia madre la que enfermara?
La cuestión giraba alrededor del desvalimiento del sujeto, de su enfrentamiento con la muerte del Otro y la propia, de su dependencia del deseo materno que sostiene todo y que puede dejar de hacerlo, del cuerpo que puede desparecer, de los accidentes que aparecen súbitamente, como la enfermedad; de todo lo que de un ser humano atañe a su propia soledad ante los acontecimientos más cruciales de la existencia.






Referencias  

1 - Vincent de Gaulejac. La société malade de la gestión. Seuil, 2009. P. 25, 27.
2 - Jean Claude Maléval. Etonnantes mystifications de la psychothérapie autoritaire. Navarin<> Le champ freudien, 2012. P. 158. 
3 – Jacques Lacan. El psicoanálisis en sus relaciones con la realidad. En:Otros escritos. Paidós, 2012. P. 377.
4 - Jacques-Alain Miller. Sutilezas analíticas. Paidós, 2011. P. 98.


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